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Foto del escritorJosé Luis Flores Torres

TIEMPO Y CONSTRUCCIÓN SOCIAL

Para Neil Postman (1994) la niñez no es una categoría biológica, sino una construcción social; uno de los grandes inventos del Renacimiento. Quizá el más humano que se haya tenido. Tal construcción, según el sociólogo estadounidense, (la niñez) está en vías de desaparición debido, entre otras cosas, a la tecnología y sobre todo a la televisión, la cual borra la línea divisoria entre la niñez y la edad adulta de dos maneras distintas. En primer lugar, porque no requiere instrucción alguna para su comprensión, y en segundo lugar, porque no segrega a su audiencia. Comunica la misma información a todo el mundo de forma simultánea, sin tener en cuenta la edad o el nivel educativo.

Así, el siglo XX trajo consigo nuevas maneras de vivir la vida, las relaciones laborales, el tiempo libre y, a partir de los años sesenta fraguó el nacimiento de otra construcción social: la cultura juvenil. Cultura, por llamarla de alguna manera, porque en realidad se trataba de una forma de segmentar a la población, en términos mercadológicos, y empezar a venderle productos (como discos, ropa, comida, entradas a conciertos, etc.) a un segmento de la población, que se pensaba no era económicamente solvente, pero que en realidad resultó un gran negocio, tan importante en ganancias, como la que les reportó la siguiente construcción social, la adolescencia.

Y es que tal siglo, trastocó no solo el entorno de la vida cotidiana de la gente, sino el sentido de la temporalidad. Así, en relación al sentido del tiempo, hay distintas posturas que desde diferentes contextos epistemológicos, lo analizan. Por ejemplo, Federico Nietzche (2005), desarrolla su idea del último hombre, caracterizado por su mediocridad, individualismo y conformismo. Hombre temeroso al sufrimiento y por lo mismo apegado a su salud. Ser humano, que así busca alargar el tiempo, que en realidad significarían esfuerzos por prolongar la vida. Existencia saludable y larga, aunque aburrida y excesivamente cuidada. Pero, en tal contexto, todo esfuerzo vale la pena, a cambio de evitar la muerte.

Vida larga, hedonista, nihilista. Tiempo que busca extenderse para vivir no solamente de manera longeva, sino de manera sana, aunque sin propósitos claros, existencia aburrida, pero existencia al fin. Tipología que no solo encajaría perfectamente en los estándares del hombre del siglo XXI, sino que aquello que observó Nietzche, el sistema de consumo lo ha convertido en modelo de negocios, en donde la gente gasta grandes cantidades de dinero en productos y servicios relacionados a la salud y a la belleza.

En segunda instancia el filósofo, sociólogo y politólogo alemán, Harmunt Rosa (2011), afirma que si existe una característica universal de la modernidad, esta es la experiencia de un cambio en la estructura temporal de la sociedad o, más exactamente, la experiencia de la aceleración de la vida, cultura y/o historia.

No obstante el propio Rosa, señala que tal fenómeno, caracterizado por un ritmo de vida acelerado, la falta de tiempo o la falta de administración del mismo, no es un fenómeno nuevo, sino que nació como una de las características de la modernidad en el siglo XVIII. Así, la aceleración, no es más que una sensación, percepción que se convierte en realidad y que nos da la impresión de que la historia, la cultura, la sociedad, pasan a toda velocidad.

Tal sentido de la aceleración no se presenta en todos los entornos geográficos de la misma manera, ni se presenta en los mismos términos en los diversos ámbitos humanos. Así, el autor, apunta por lo menos tres dimensiones fundamentales en donde se genera la aceleración social, las cuales son, a saber: la aceleración tecnológica, la aceleración del cambio social y la aceleración del ritmo de vida.

No obstante autores como Byung-Chul Han, (2015, p.6) acotan que la crisis temporal de hoy no pasa por la aceleración. La época de la aceleración ya ha quedado atrás. Aquello que en la actualidad experimentamos como aceleración es solo uno de los síntomas de la dispersión temporal o disincronía. Tal concepto podría entenderse como la alteración del factor tiempo como ordenador de nuestra vida. Esto significaría, pasar de una percepción lineal del tiempo (como una sucesión de hechos mediados por la duración) a una percepción atomizada de la vida y del tiempo. La vida como un conjunto de hechos que simplemente suceden, sin un marco temporal. Entorno en el que sucede un hoy, que nunca concluye, pero que tampoco comienza.

Negación de la muerte, en donde casi nada tiene sentido (solo la muerte, que se niega, porque es). Hoy, vivir una juventud eterna, se ha convertido en una virtud, envejecer sin ser viejo, miedo a madurar y la búsqueda eterna de tutores, coaches de vida. Tiempo en que resulta más fácil ser iluminado, que iluminar, aunque ello implique una carencia de autodeterminación. El presente como única opción viable en donde el pasado y el futuro ya no existen. Lo que fue ya no cuenta, tampoco lo que podría ser. Dialéctica que ya no es, pues no hay cabida para la experiencia, que se aloja en el pasado, y que es sustituida por la vivencia que habita en el instante.

Tiempo atomizado en donde habitan fenómenos como la infantilización de la sociedad. Adultos que viven en una muy prolongada adolescencia y del fenómeno de las niñas mujer, cuya imagen hipersexualizada, inunda los confines del entorno on y offline. Pero, de nueva cuenta, una de las razones que explican tales fenómenos es la mano invisible del capitalismo y del consumo. O bien, como señala Zygmunt Bauman (2011, p.66) la comercialización de la infancia se ha convertido en un gran impulsor de nuestro mundo turboconsumista.

Visto de tal manera, el sentido del tiempo, también sería una construcción social. Tiempo, que es dato cuantitativo, indicador formal y medible, que adquiere diferentes dimensiones si se le contextualiza desde lo humano. Ejemplos sobran, y basta tan solo mencionar que en la época prehispánica, la esperanza de vida no iba más allá de los cuarenta años. Hoy, ya solo diríamos que la vida comienza a los cuarenta.


REFERENCIAS

· Bauman, Zygmundt. (2011). 44 cartas desde el mundo líquido. Madrid. Paidós.

· Han, Byung-Chul. (2015). El aroma del tiempo. Barcelona. Herder Editorial.

· Nitzsche, Friedrich. (2005). Así habló Zaratustra. Madrid: Valdemar.

· Postman, Neil. (1994). The disappearance of childhood. New York: Vintage Books.

· Rosa, Harmunt. (2011). Aceleración social: consecuencias éticas y políticas de una sociedad de alta velocidad desincronizada. Revista Persona y Sociedad Sitio web: https://personaysociedad.uahurtado.cl/index.php/ps/article/view/204


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