REELS
- Iveth Serna
- 11 nov 2021
- 5 Min. de lectura
De veinte reels (videos cortos) que vi en Facebook nueve me dieron motivación para no rendirme, me enseñaron habilidades financieras y capacidades emocionales para enfrentar el mundo y demostrarles a todos que sin su ayuda puedo alcanzar el éxito porque yo, y sólo yo, soy la dueña de mi propio destino y no necesito a nadie más que a mí para triunfar.
No me culpen ¿Quién puede negarse al poder de una frasecilla motivadora y una cancioncilla cursi? Yo no. Al segundo reel ya estaba convencida. Ver a tantos triunfadores me hicieron darme cuenta de que si soy pobre es porque quiero y si me siento fracasada es porque no he decidido explotar todo el potencial que hay dentro de mí.
Segura de tenerlo todo y con la aspiración de ser la próxima reina de los reels, me sentía la más feliz hasta que se me ocurrió ponerme a leer “La tiranía del mérito” de Michael Sandel, ahí fue cuando todo se derrumbó y pasé a formar parte del muro de la vergüenza de los fracasados en el Instagram.
Sandel (2020) hizo que me diera cuenta de que la idea del éxito por el mérito propio es la mentira más grande de la posmodernidad, pero también, la más creída y defendida, porque cuando reflexionamos sobre los terribles males del capitalismo de consumo pensamos en compras irracionales, dependencia tecnológica, dietas altas en calorías y de baja calidad nutrimental o en el deterioro de la salud por enfermedades relacionadas con el estrés, pero jamás pensaríamos en la tiranía de la educación universitaria.
Cuestionar la sobrevaloración de tener un título universitario es impensable en un mundo al que le han hecho creer que el éxito en el mundo global depende, además de tu determinación, del nivel de educación académica que se tenga, aunque está idea sea tan dañina como pensar que el capitalismo es el único camino posible.
Uno de los descalificativos más comunes que se hacen entre la élite política es la falta de preparación, de títulos o de los años que te tardaste en conseguirlos, como si tener uno garantizara la capacidad de gestión o administración o te dotara de la calidad moral y humana que se requiere para que nuestros países vuelvan a recuperar la idea de solidaridad comunitaria, si así fuera, hace muchos gabinetes de Harvard y Yale que México y los países de Latinoamérica estarían en la lista de los más desarrollados.
Pero ese desprecio no es propio de la élite, mirar “por encima del hombro” a los perdedores (no universitarios), también es una práctica habitual en la base social, pero no es la acumulación de conocimientos y su puesta en práctica lo que se valora, sino la medalla del mérito que acompaña al título, pues creemos que es el boleto de acceso a un nivel social superior o el freno de mano contra la caída de clase.
“A medida que crece la brecha de renta (ingreso), también lo hace el miedo a caer. Empeñados en conjurar ese peligro, los padres se han ido implicando cada vez más a fondo en la vida de sus hijos, gestionándoles el tiempo, supervisando sus notas, dirigiendo sus actividades y vigilando que están lo más cualificados posible para el acceso a la universidad” (Sandel, 2020. p 13). Es decir, una aristocracia del capital que tiene que ser justificada bajo la fachada del mérito. El rico debe creer que merece ser rico y el pobre debe creer que merece ser pobre.
Pero esta idea lo único que hace es trasladar la decepción del sistema a la idea del fracaso personal porque nadie más que uno tiene la culpa de no estudiar porque las oportunidades ahí están ¿o no? ¿dónde está la igualdad de oportunidades en un sistema cuya élite se cree que tiene el derecho de decidir quien merece y quién no merece estudiar? ¿qué igualdad hay en el acceso educativo por diferenciación racial (discriminación positiva)?
No se trata, debo aclarar, de incitar a no acudir o abandonar las universidades, se trata de eliminar la idea de que tener la posibilidad de hacerlo solo depende del mérito propio y que ello nos dé el derecho de mirar con desdén a quien no puede hacerlo, regresando a Sandel (2020, p. 16) “cuanto más nos concebimos como seres hechos a sí mismos y autosuficientes, más difícil nos resulta aprender gratitud y humildad. Y, sin estos dos sentimientos, cuesta mucho preocuparse por el bien común”.
Son tres cosas en las que debemos trabajar como sociedad para poner a la educación universitaria en su justa dimensión. Primero, replantear el rol de las universidades y la forma en que su existencia retribuye al bien común, para ello debemos de trasladar al Estado la exigencia de que cada persona que desee estudiar la universidad tenga un lugar garantizado para hacerlo, porque el simple hecho de contar con un certificado de preparatoria lo hace merecedor de obtenerlo, todos deben tener la oportunidad de estudiar sin pasar por la trampa del mérito.
Segundo, que a quien se le haya dado la oportunidad de estudiar una carrera universitaria sea consciente de que no lo ha hecho solo, no importa que lo que digan los malos influencers, sino que es el trabajo conjunto de una serie de personas que actúan en comunidad para hacerlo posible; los padres que cubren sus gastos, el chófer del colectivo que los lleva a la escuela, el maestro que les guía en el aprendizaje y muchas personas más, por lo tanto, tienen el deber de retribuir a esa comunidad lo que han hecho por ellos.
Tercero, entender que decidir no estudiar una carrera universitaria también se vale y es un derecho. Hay que dignificar todos los trabajos, oficios y profesiones porque lo que se desprecia no es que no se tenga un título, sino que no se cuente con el reconocimiento social que ese título supone. Elegir estudiar o no, ser médico o tornero, es un ejercicio de libertad personal y uno debería poder decidir a qué dedicarse sin que ello repercuta en tener una vida con altos niveles de bienestar y reconocimiento social. impacte negativamente sus niveles de bienestar.
Regresar a la vida en comunidad es la única forma de superar la violencia y la polarización, no se trata de un tema de liberales o conservadores, de derechas o de izquierdas, porque al final toda la élite es presa de la misma idea errónea de la meritocracia. Se trata de pasar de largo de los reels que nos quieran convencer de que cada uno tenemos lo que merecemos o peor, que merecemos todo lo que tenemos sin deberle nada a nadie.
REFERENCIAS
Sandel, M. (2020). (La tiranía del mérito ¿Qué ha sido del bien común?. [Libro electrónico]. Debate.
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