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Foto del escritorIveth Serna

MÉXICO: LA MENTIRA DE UN PROYECTO NACIONAL A MODO

México es un país de mitos. La fundación de la gran Tenochtitlán, la unidad nacional, la homologación identitaria de construcciones culturales como el día de muertos o el proyecto de nación, son ejemplo de ellos. Algunos de estos están tatuados en nuestra piel y es que es casi un sacrilegio cuestionarlos, aunque sea desde la investigación científica, pero, ¿De dónde salen estos mitos? ¿Quién se los inventa? ¿Quién los defiende? ¿A quién le conviene? ¿Cuánto cuesta producir uno?


De acuerdo con Guillermo Bonfil (1988), “la antropología social ha sido (…) empleada constantemente como proveedora de argumentos para el discurso ideológico estatal”. Bonfil, señalaba a algunos de sus colegas que, siendo empleados del Estado, no eran más que generadores de historias a modo para construir un proyecto nacional que nada tenía que ver con el “México profundo” como él le llamaba, mientras que otros lo veían con cierta ternura al intentar tener una postura de resistencia al discurso oficial mientras seguían cobrando de las arcas del Estado.


Pero no sólo la antropología se cuenta entre las ciencias sociales que trabajan a destajo o por encargo al servicio de la historia oficial, aquí también podemos mencionar a los historiadores, etnólogos, comunicólogos, sociólogos, economistas, lingüistas, etc., que el gobierno emplea o beca en sistemas de investigación en los que deben alinearse y cumplir con los intereses de las agendas globales, regionales y locales, sólo para llenar una serie de indicadores que, muchas veces, los aleja de la generación de conocimiento útil y práctico que sirva para dar solución a los problema sociales, y, en su caso, se dedican a hacer suposiciones e interpretaciones sofisticadas que sirven para inventar aspectos culturales y científicos y llenarlos de significados inexistentes que, rascándoles un poquito, muchas veces no se sostienen, pero sirven para justificar las aspiraciones políticas, académicas y económicas de funcionarios, activistas, maestros y doctores.


Estas prácticas dañan a la verdadera comunidad, a la que despojan de la posibilidad de acercarse a un conocimiento real de su pasado, de construir su identidad, de entender su papel en lo que conocemos como nación mexicana (lo que sea que eso signifique) y, con todo ello, ser constructores de las soluciones de sus propios problemas, pero en su lugar, les implantan mitos a modo, muy románticos, eso sí, como el glorioso pasado precolonial, pero irreales y, a veces tan contradictorias como demonizar el periodo colonial pero mostrar el Jarabe Tapatío como símbolo de identidad nacional.


Estas ciencias-instrumentos, parafraseando a Bonfil, encuentran su legitimidad en tanto ayuden a la instalación de un proyecto nacional hegemónico. Como ejemplo, la construcción de la nación mexicana posrevolucionaria impulsada por Lázaro Cárdenas, periodo en el que nacieron (o se inventaron) desde la institucionalidad, la gran parte del catálogo de lo que conocemos como las tradiciones mexicanas.


También podemos citar esfuerzos recientes que son iniciativas turísticas y no culturales durante las tres pasadas administraciones como: el proyecto de pueblos mágicos o al gobierno actual, con sus incansables esfuerzos para hacernos creer que todo México es Tenochtitlan o la reforma en los contenidos de libros de textos, todos con su retahíla de argumentos “científicos” y nacionalistas que justifican los investigadores de prestigio que engalanan sus eventos o que encabezan las instituciones gubernamentales creadas y legitimadas para esta labor creativa.



Es una realidad que no se puede hacer investigación que no esté alineada con los intereses del gobierno en turno si todos los ámbitos de producción académica dependen directa o indirectamente de él, sin embargo, cada experiencia de campo en Comunicación para el Bienestar, nos ha demostrado que hay muchos cabos sospechosamente sueltos en la producción de las ciencias sociales en nuestro país, pero también, caminar las comunidades sin ningún tipo de compromiso gubernamental, nos refuerza la idea de que existe una gran necesidad de crear instituciones de investigación que no dependan, ni económica, ni administrativa, ni ideológicamente del gobierno mexicano.


Hay verdades históricas y mentiras institucionales, tratar de encontrar la verdad siempre ha sido el camino más complicado e impopular, aunque, es el más satisfactorio, porque es el único que nos da la posibilidad de conocer y conectar con las necesidades reales de las comunidades de nuestro país, ya sea de aquellas llamadas originarias (como está de moda decirles), de las que son producto del mestizaje o de las que incluso pudieran tener un origen más contemporáneo de lo que se les ha hecho creer.


Referencias


Bonfil, G. (1988). ¿Problemas conyugales?: Una hipótesis sobre las relaciones del Estado y la antropología social en México. Boletín De Antropología Americana, (17), 51-61. Consultado el 02 de agosto de 2021 de http://www.jstor.org/stable/40977316

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