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“Al actuar de acuerdo con los dictados de nuestras facultades morales, necesariamente perseguimos el medio más eficaz para promover la felicidad de la humanidad y, por lo tanto, se puede decir, en cierto sentido, que coopera con la Deidad y hace avanzar hasta donde esté a nuestro alcance el plan de la Providencia”.
Adam Smith
Por Eduardo Carrasco Gómez
El modelo aristotélico de la comunicación señala tres elementos: emisor-mensaje-receptor (E-M-R), si bien ha sido enriquecido de múltiples formas, es base paradigmática en el estudio de la disciplina.
Por otra parte, la hermenéutica, entendida como la interpretación, pareciera una contrapropuesta a la semiótica, vistas desde las discrepancias dadas durante la reforma religiosa del s. XVI entre el uso de las imágenes religiosas y el texto bíblico (cfr. El nombre de la Rosa, Umberto Eco); sin embargo atinadamente se identifican como herramientas complementarias en algunos ambientes académicos.
En este sentido podríamos notar que el uso de los mensajes es hasta cierto punto facultad exclusiva del receptor; destacando que cuando se trata de un receptor colectivo no implica que la totalidad reciba de la misma manera tal o cual mensaje, complejizándose cuando se comunica a través de los medios de comunicación, lo cual es todo un reto para la comunicación eficaz.
Por otro lado, La Riqueza de las naciones, el trabajo más conocido de Adam Smith publicado en 1776; deja ver que pocas veces se menciona que es una propuesta de cuatro partes que ideó cuando impartía cátedra de Teología Natural a principios de la segunda mitad del siglo XVIII en la Universidad de Glasgow, donde delineó como partes de esta materia: ética, justicia, política y economía.
En La Teoría de los sentimientos morales, que data de 1759, el mismo Smith propone un análisis ético, que algunas personas consideran contrapuesto a lo que argumentaría posteriormente en la Riqueza; incluso hay quienes sugieren que son dos autores diferentes, cuando en realidad es parte de un todo.
La publicación completa de la Teoría en español vio la luz hasta el último lustro del s. XX, y todo indica que no ha terminado de permear; por ejemplo su “mano invisible” se descontextualiza, Smith la identifica con la mano de la providencia (nótese el epígrafe), nada que ver con una mano tramposa, o mano negra; recordemos que un texto fuera de contexto es un pretexto.
Si bien Smith es identificable con el liberalismo, no se limita al aspecto económico; en la Teoría argumenta que “los filósofos de todas las escuelas con justicia representaban la virtud, es decir, el proceder justo, firme y templado, como el camino no sólo con más probabilidades sino el más certero e infalible hacia la felicidad, incluso en esta vida”; muy cercano al buen vivir.
Smith señala que para el bienestar se necesitan paz, impuestos y justicia, un papel que es responsabilidad el Estado, y destaca la necesidad de una ética mínima “si hay alguna sociedad entre ladrones y asesinos, deben al menos, según la trivial observación, abstenerse de robar y asesinarse unos a otros”; en esta cita, cualquier interpelación a la realidad actual, es mera coincidencia.
En la Teoría, Smith agrega que “al magistrado civil se le confía el poder no sólo de conservar el orden público mediante la restricción de la injusticia sino de promover la prosperidad de la comunidad, al establecer una adecuada disciplina y combatir el vicio y la incorrección; puede por ello dictar reglas que no sólo prohíben el agravio recíproco entre conciudadanos sino que en cierto grado demandan buenos oficios recíprocos”.
Por lo visto, algunas líneas del pensamiento de Adam Smith han sido pretextos; bien valdría la pena profundizar en toda su obra, para tenerla en contexto.
Eduardo Carrasco Gómez publica todos los jueves en este medio.
Eduardo Carrasco Gómez es teólogo y licenciado en comunicación, profesor invitado en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
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