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Foto del escritorIveth Serna

MAESTROS: DE HÉROES A MENDIGOS

Actualizado: 27 ago 2021

Nos han insertado la idea de que el trabajo dignifica al hombre, pero esto es una media verdad o una media mentira, en tal caso, es un engaño, una trampa para sentirnos menos miserables mientras engordamos al monstruo capitalista.


Y es que todo depende de qué entendamos por trabajo y de dónde depositemos nuestra dignidad. Existen dos tipos de trabajo. El primero, el de un mundo ideal, es libre, digno y nos permite tener una realización vocacional plena que nos hace crecer como seres humanos. El segundo, el de mundo real, nos levantamos todos los días para ir a un trabajo forzado en el que no realizamos nuestra vocación, sino que pasamos más de las horas reglamentarias haciendo un trabajo mecanizado que nos despoja de nuestra dignidad a cambio de un salario que difícilmente nos alcanza para llegar a fin de quincena o de mes con dignidad (Marx:2013).


En este mundo capitalista (muy lejos del ideal) hay dos tipos de personas, las que son dueñas de los medios de producción, es decir, los patrones, y los empleados, obreros o como quieran llamarnos, nosotros que no somos dueños de nada más que de nuestro cuerpo que utilizamos como fuerza de trabajo y salimos a venderlo (física o intelectualmente) a cambio de un sueldo que sabemos injusto, pero que lo necesitamos para vivir, para que nuestra familia sobreviva. Y aunque nos guste el autoengaño y decretemos al universo que lo nuestro no es trabajo porque “nos pagan por hacer lo que nos gusta”, igual, somos proletariado y nuestro trabajo, nos guste o no, enriquece a una clase que nada tiene que ver con nosotros, a la que nunca podremos pertenecer, aunque tengamos una oficina propia y en la puerta una placa que diga en letras doradas “director ejecutivo”.


Para hacer contrapeso al modelo de explotación los gobiernos nos han vendido la idea de los derechos laborales, introducidos más a fuerza que de ganas en la Constitución de 1917; la regulación de la jornada laboral, de la seguridad social y del salario. ¿Pero qué pasa cuando estos principios no tienen ningún valor para el trabajador? ¿Cuando la Constitución es burlada por aquellos que juraron cumplirla y hacerla cumplir?


Los maestros también forman parte de la fuerza laboral proletaria y, a pesar de que su labor ha estado en la mira de todos a raíz de los cambios que trajo la pandemia, ha sido uno de los gremios más golpeados por las decisiones arbitrarias de los gobiernos. En Michoacán, a cuatro días de regresar a clases, los profesores tienen un mes sin cobrar su salario y mientras que los políticos debaten sobre el regreso virtual o presencial a las aulas, los maestros tienen que resolver algo más urgente, vital; cómo llevar comida a su casa, a sus hijos, cómo mantener esa vida digna que se supone el trabajo nos debe dar ¿Quién puede pensar en la vocación cuando tiene hambre? ¿Cuándo tienen deudas?


Esta es una realidad de los que antes fueron llamados “héroes” y hoy son abandonados a su suerte. Una realidad en la que es difícil seguir la vocación cuando les falta lo más esencial y en la que estarán en su derecho de negarse a iniciar un ciclo escolar orillados por la desesperación de la espera de un pago que no llega, de un sistema que habla mucho sobre hacer crecer la riqueza, pero que hace muy poco por crecer el bienestar social.


Los reclamos, el enojo, la indignación no alcanzan los oídos de ningún nivel de gobierno. El todavía gobernador, Silvano Aureoles, recorre el mundo buscando justicia mientras sus maestros se mueren de hambre y la continuidad educativa de los niños del Estado pende de un hilo. Pide justicia mientras, indolente, él mismo está violando el artículo 5to. de la Constitución que dice que “nadie podrá ser obligado a prestar trabajos personales sin la justa retribución”, no acatarlo, entonces, es un delito y ya es hora de que el Estado se lo demande.


Michoacán es apenas una pincelada del complejo mosaico que es el magisterio mexicano y que atraviesa por los maestros que no tienen la suerte de ser sindicalizados, por los que fueron despedidos durante la pandemia, por los que les recortaron el sueldo, los que tienen que aceptar modelos de contratación que los vulneran y a los que les pagan en efectivo sin ningún tipo de prestación ni vinculación legal con sus instituciones académicas, sin posibilidad de aspirar a la seguridad social o a un sistema de pensión. Ser maestro en este país es un tema de vocación y, con estas condiciones, sin duda también de heroicidad.


REFERENCIAS


Marx, K. (2013). El Capital. México: Siglo XXI Editores.



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