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Entonces Jesús les dijo:
«Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios»”.
Lucas 20:25
Por Eduardo Carrasco
El Partido Encuentro Social (PES) no logró su registro como organización política en el año 2018, a pesar de que la alianza en la que participaba ganó contundentemente la actual presidencia de México.
Durante el primer semestre del año 2018 buscó especialmente el apoyo electoral de las minorías cristianas y algunas expresiones del catolicismo, invitando a diferentes actores de la vida religiosa a reuniones en las que enfatizaba su ideario fundamentalista, especialmente en materia de moral sexual.
A pesar de las denuncias de haber violado el estado laico, el PES logró participar en el proceso electoral hace tres años, y si bien no alcanzó el 3% que la legislación electoral requiere a los partidos emergentes, ganó ciertas posiciones que tal parece son la base desde donde impulsan el nuevo intento de su propósito partidista.
La misma base organizativa busca otra vez impulsar su agenda por la vía política electoral en este año donde están en juego el mayor número histórico de cargos de elección popular, con una leve modificación en el nombre: Partido Encuentro Solidario (PES).
En este año electoral, el mismo PES fue denunciado por haber realizado asambleas en sedes religiosas, lo cual está expresamente prohibido por la legislación correspondiente; sin embargo el instituto nacional electoral desestimó las denuncias y les ha permitido contender electoralmente.
Por otro lado, recientemente un sector de la Iglesia Católica Apostólica Romana (ICAR) ha manifestado su inconformidad por haber sido ignorado en la elaboración de los contenidos de los libros de texto gratuito, con los que el Estado imparte educación básica y que de acuerdo a la constitución mexicana debe ser pública, laica y gratuita.
Acaso estos actores vean en la oleada del fundamentalismo religioso de la región latinoamericana un aliento para la imposición de sus convicciones por la vía gubernamental.
Si bien la libertad de culto en México garantiza el ejercicio religioso, tal parece que hay actores que lo consideran una limitación, toda vez que en la práctica generalizada su ideario no es aceptado por la mayoría de la población.
En un año electoral con la importancia que reviste este 2021 para México, es de esperarse que hasta cierto punto los diferentes actores públicos impulsen sus agendas; sin embargo, el marco jurídico establece límites y normas que establecen las reglas del juego.
En cuanto a la separación entre las religiones y el estado en México, el marco vigente establece que ningún ministro de culto puede ejercer promoción ni coacción en materia de política partidista, ni ser candidato a ningún cargo de elección, a menos que haya cumplido cinco años de haber renunciado al ejercicio pastoral.
Acaso la legitima defensa de las cosmovisiones religiosas pueda reconsiderar en autocrítica cuál es su capacidad en el marco legal vigente, para la incidencia en la agenda pública nacional, evitando extralimitarse y especialmente superando la tentación del poder político, privilegiando el ejercicio del servicio.
Las declaraciones a la prensa por un lado, y los mensajes promocionales a través de los diferentes medios tradicionales y sociodigitales por otro lado, dejan ver incluso desesperación entre los actores religiosos fundamentalistas.
Vale la pena recordar que de acuerdo al censo nacional del año 2020, crecieron tanto las denominaciones evangélicas, como la población atea y la agnóstica, con estabilidad en las Iglesias de la Reforma y la disminución en la población de la ICAR; lo que refleja probablemente que la población se va radicalizando en sus posturas religiosas, excepto en el llamado protestantismo histórico.
Quizá las religiones en general, y especialmente las diferentes denominaciones de la cristiandad en lo particular pudieran ser un factor ético para la armonización, más que para el protagonismo partidista con pretensiones gubernamentales.
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Eduardo Carrasco Gómez publica todos los jueves en este medio.
Eduardo A. Carrasco Gómez, teólogo y comunicólogo, profesor invitado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
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