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LA ÉTICA Y LA ALTERIDAD EN RED

Somos un centro de investigación y análisis de comunicación para la reflexión, discusión y generación de propuestas para el bienestar mediante la creación de conocimiento práctico que abone al diseño de mejores políticas públicas.


Por José Luis Flores Torres


En el libro Totalidad e Infinito el filósofo lituano Emmanuel Levinas reflexiona ampliamente acerca del gran ausente en la tradición filosófica occidental: el otro, y lo hace a partir de la propuesta de un modelo de ética centrada en la otredad, es decir en la relación del individuo con sus semejantes.


La otredad, surge del concepto del otro y parte de la idea de tratar de entender la relación del yo con el no yo, siendo capaces, en principio, de reconocer su existencia y su trascendencia. En este contexto el otro, se podría comenzar a entender como algo o alguien que no soy yo. Pero al hacerlo de esta manera no se abandona la tentación de pensar al otro, pero desde los parámetros del yo. Y es que la concepción de la mismidad es tan profunda en el ser humano, que, según Freud, el yo, se continúa hacia dentro, sin límites precisos, con una entidad psíquica inconsciente.


Y es que entender al otro resulta complejo pues es lo que excede al yo, y al hacerlo lo derrama. Es por principio rostro sin luz que, según Levinas, está presente en su negación a ser contenido. En este sentido no podría ser comprendido, es decir englobado.


Es a la vez próximo como el hermano, el padre, los compañeros, la pareja. Tan cercano como la madre y tan lejano como el extranjero. Es dialéctica en la que por más cercano que se encuentre el otro, no abandona su complejidad desbordante. Es a la vez totalidad (totalitaria del yo que se empeña en ver al otro y aprehenderlo, pero desde el yo) e infinito (como posibilidad desbordante implícita en el otro). Es rostro que se revela, epifanía de la significación, es lenguaje que da sentido al lenguaje.


El no yo, busca entonces ser objetivado porque, señala Levinas la objetivación funciona de una manera privilegiada en la mirada. La mirada es luz, pero en Levinas esta ilumina de manera diferente a como lo hace en la cueva de Platón, en donde lo visible explora el mundo para distinguir doxa de episteme. La visión entonces, agrega Levinas, no es una trascendencia. Otorga una significación, pero solo por la relación que hace posible.


Lo paradójico esta entonces en tratar de objetivar, pero desde lo subjetivo o subjetivar la objetividad. Es modelo que en sí mismo cuestiona la lógica cartesiana del pienso luego existo, pues en Levinas el impuso que genera el rostro (del otro) es el estímulo que mueve el pensamiento y la acción.


Pero insiste Levinas en que el otro es, porque es diferente, porque es difícil de abarcar, complejo de poner en palabras: es, porque puede no ser y contener al mismo tiempo infinidad de posibilidades. Es la alteridad como imposibilidad de asimilar al otro, pero en donde se reconoce como valioso precisamente porque es diverso. Otredad que cuestiona al yo.


Relación paradójica como el amor que es, porque ya era previamente. Es modelo que el yo prefigura y que se empeña en su búsqueda pensando a la pareja como complemento, pensar a la otra, pero solo en relación a él, como su media naranja, no como naranja entera, completa, diferente a las demás. Pero para Levinas, el amor apunta al otro y se responsabiliza por ella, es temer por otro, socorrer su debilidad.


Hoy en día, el yo se sitúa en medio de la posmodernidad y de las nuevas tecnologías de la comunicación e información, en donde abundan las relaciones interpersonales basadas en la desconfianza y en la superficialidad, en la desesperanza de una sociedad cansada y con valores líquidos por caprichosos y acomodadizos. En este escenario lo realmente importante sería analizar la manera en la que el yo se relaciona con el otro en este escenario que ha permitido el surgimiento de nuevos tipos de yo y otros a partir de la tecnología digital; como el yo y/o el otro virtual. Identidades desplazadas, que transitan entre la realidad on y offline.


En este contexto, la relación entre el yo y el otro parece casi siempre llevar implícita ciertas formas de violencia simbólica, algunas de ellas sutiles, casi tan imperceptibles como aquello que distrae y causa risa. El mundo virtual como escenario de un ciberbullying inagotable en donde el otro parece reducido a meme o video escándalo, imágenes que ridiculizan, pero no iluminan, sacan de contexto. La responsabilidad en tal sentido estaría ausente y por lo mismo la relación entre el yo (virtual) y el otro (virtual) no parece mediada por la ética y el único valor presente es episódico y tiene como parámetro la búsqueda interminable del like, a costa de lo que sea y de quien sea (incluso de sí mismo).


Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido, señalaba acertadamente Elías Canetti al aproximarse a comprender las psicopatologías del hombre en la sociedad de masas. Y es que el otro es, porque es desconocido, posibilidad infinita. Es un musulmán caminando por Manhattan, un violador en potencia, es hombre para las feministas, homosexual para los conservadores, es un niño con síndrome de down: todos ellos complejos de ser comprendidos en su plenitud. El silencio de los espacios infinitos es terrorífico acota Levinas.


Así, a pesar del nuevo escenario global (o precisamente debido a él), la única forma viable de aproximación posible entre el yo y el otro es a partir de la responsabilidad de una moral fundada en la epifanía del rostro del otro que es ética según Levinas. Ética que es a la vez alteridad pues para Levinas, se expresa en el rostro que provee la única materia posible de la negación total (la muerte o el asesinato). Negación pues el otro es el único al que el yo estaría en condición de matar, pero la posibilidad conlleva la imposibilidad que provee el rostro del otro. Posibilidad porque existe imposibilidad, es el otro que también es capaz de matar, pero es a quien se dirige el no matarás. Aquí el otro es ante todo responsabilidad.


El otro, en concreto es en sí paradójico, tan paradójico e inabarcable como el yo precisamente porque el otro es el no yo, y al mismo tiempo el yo para sí mismo, que se convierte en otro para los demás y que hace al humano migrante eterno, desplazdo, que transita total e infinito del yo al otro.

 

José Luis Flores publica todos los martes en este medio.


Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, Maestro en Comunicación por la Universidad Iberoamericana y Doctorante en Investigación de la Comunicación por la Universidad Anáhuac México. Académico en la Facultad de Comunicación en la Universidad Anáhuac México.

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