El día que Donald Trump fue electo presidente el mundo se polarizó y cuando el mundo se polarizó, paradójicamente, se acabaron los conflictos, al menos, los teórico-conceptuales. Desde ese momento la “polarización” se convirtió en una teoría del todo que ofrece una explicación lógica de causa-efecto en un solo concepto, lo mismo el triunfo de Trump que el Brexit o el conflicto en la Franja de Gaza, incluso, algunos investigadores se animan a argumentar, también desde ese universo teórico monoceptual, la disposición natural humana al conflicto de grupo.
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua (RAE), “polarizar” es un concepto que tiene origen en la física y se refiere a la “modificación de los rayos luminosos por medio de refracción o reflexión, de tal manera que no puedan refractarse o reflejarse de nuevo en ciertas direcciones”. Es decir, polarizar significar direccionar en dos sentidos contrapuestos aplicando tensión y sin posibilidad de reversión.
Pero “polarizar” también es la máxima expresión de la tendencia casi maniática que tenemos los investigadores sociales de utilizar conceptos de las ciencias exactas para tratar de poner un poco de orden al caos de la dinámica social, como si eso fuera posible.
En el campo de la comunicación política-electoral es donde este concepto ha encontrado el terreno más fértil. A simple vista, su uso indistinto e indiscriminado, pareciera que auxilia en la explicación de la realidad social del país (como si un concepto fuera un marco teórico), sin embargo, el verdadero objetivo de su inclusión en las narrativas político-gubernamentales, y que puede explicar su éxito, es que sirve para encontrar culpables y expiar responsabilidades.
Hoy día todo es culpa de la polarización y de aquellos acusados de promoverla, sobre ella pesa lo mismo una inundación que una devaluación, un triunfo o una derrota electoral, el aumento de la pobreza o la resistencia civil, para todo nos alcanza ¡el sueño dorado de Einstein! solo que él buscaba una ecuación y no un concepto aglutinante de todas las fuerzas del “bien” y del “mal”.
Parece sencillo si no fuera porque dicho término nos sumerge en un problema teórico-conceptual claramente mayor del que pretendemos dar salida, el más grande de todos; pretender acercarse e interpretar la realidad desde una visión dualista. Esta visión tan limitante es quizá funcional para un líder político que, inmerso en una lógica electoral, no tiene reparo en construir narrativas limitadas, pero este mismo ejercicio resulta imperdonable para un periodista, un analista o un investigador de quienes se espera, además de rigor, un entendimiento más complejo de la dinámica social.
Esta crisis narrativa es expuesta por Christian Salmon quien explica que, en las sociedades actuales, en lugar de la coherencia de la narración hay una sucesión de choques carentes de desarrollo narrativo. Ya no hay contadores de historias y los huecos que han dejado los grandes relatos los ha llenado la polarización, pasamos, entonces, del relato que ofrece certezas, a la comunicación de choque que genera confusión. Crisis que aumenta en la era de la hiperconectividad en la que el relato, además, es efímero, destructivo y autodestructivo. “En el alboroto de las redes, el hacedor de mitos cede su lugar al hacedor de ruido. El narrador ha quedado desacreditado” (Salmon; 2019).
Por su parte, el sociólogo William Davies (2019), afirma que un investigador social debe estar alejado de la política-electoral, que no de lo político en el sentido aristotélico, sin embargo, en una realidad en la que la llamada tecnocracia ha reducido los límites entre el quehacer científico-intelectual y los impulsos e intereses económico-electorales de sus empleadores y hasta propios, hemos caído en una crisis filosófica y ética que desvirtúa el propósito del conocimiento.
Por tanto, otro peligro es la supresión de las visiones “no polarizadas”, que se espera tengan los investigadores de la realidad social, por tanto, negarse a utilizar un concepto de moda para tratar de entender y explicar la realidad, además de un acto de honestidad intelectual, es un acto de resistencia.
Nos negamos a creer y aceptar que México y el mundo están polarizados, porque eso significaría darnos por vencidos y dar por hecho que no hay posibilidad de reconciliación o acuerdo, que no hay cabida para visiones plurales o intermedias o que, incluso, la ciencia y la investigación están sujetos a uno o varios centros de poder y eso, a todas luces (no polarizadas) aún es mentira, además, Donald Trump ya no es presidente.
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REFERENCIAS
Davies, W. (2019). Estados Nerviosos. Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad (1ª ed.). México: Sexto Piso.
RAE (2021). polarizar | Diccionario de la lengua española. Consultado el 17 de junio de 2021 en https://dle.rae.es/polarizar
Salmon, C. (2021). Consultado el 17 de junio de 2021 en https://www.planetadelibros.com/libros_contenido_extra/42/41689_La_era_del_enfrentamiento.pdf
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