Somos un centro de investigación y análisis de comunicación para la reflexión, discusión y generación de propuestas para el bienestar mediante la creación de conocimiento práctico que abone al diseño de mejores políticas públicas.
Las noticias hoy en día, en torno a la pandemia provocada por el llamado Coronavirus, a un par de meses de terminar el año son poco alentadoras, pues mientras en el continente europeo se vive la segunda ola de contagios y se pronostica una temporada invernal funesta, en nuestro continente la pandemia transita entre quienes todavía no creen, el cansancio de muchos y la incertidumbre de todos.
Así, tal parece que tener una perspectiva clara y uniforme de lo que significa la pandemia, se asume como una misión compleja y nos plantea el reto de acercarnos a ella, en primera instancia, como un innegable asunto de salud pública, pero por el otro como un fenómeno social que involucra a la comunidad global entera. Por todo ello se hace indispensable considerar el tratar de comprender este fenómeno a partir de otras miradas y así poderlo entender como un relato vivido y contado por sus protagonistas que somos todos.
Relatar es narrar, dar cuenta de una historia utilizando para ello palabras, imágenes, sonidos y todo recurso de comunicación al alcance. Narrar entonces se relaciona con contar o registrar historias, referir hechos ya sean ficticios o reales, todo esto teniendo como principal vehículo el lenguaje. Narrar entonces es comunicar, poner en común, comprender y socializar. Los relatos, habría que recordar, desde siempre se han utilizado para construir vínculos sociales entre las personas, involucrándolas, ayudándolas a comprender mejor su entorno, conociendo, compartiendo experiencias y forjando puentes de contacto e identificación.
La crisis sanitaria es real: la tragedia, la dureza de las muertes, el confinamiento, el miedo y la desconfianza. Aun los más escépticos, quienes le han apostado a la teoría de la conspiración, perciben que algo o mucho en el mundo ha cambiado en el último año. Las interrogantes son múltiples y como primera respuesta están ahí los metarrelatos como historias personales, que son espejos en donde la realidad queda plasmada. Vivencias íntimas, historias contadas desde la perspectiva de los individuos, desde la óptica de los enfermos, las víctimas (que somos todos), sus familias, sus amigos, sus objetos y rutinas. La pandemia, el individuo y sus universos simbólicos que están por describirse.
Así, el relato vírico es el retrato del coronavirus, que nos lleva a entender lo que sucede más allá del interés por la verdad (o de lo que se entiende por verdad) y más allá de lo meramente anecdótico. Es etnografía y auto etnografía pura que nos obliga a explorar las implicaciones que han tenido los acontecimientos en el entorno de los sujetos sociales.
Es una apuesta en donde la intención de la verdad (y la intención de la mentira) es más importante que la realidad misma. En tal sentido, Para Jacques Derrida la deconstrucción propone que toda escritura es una construcción intencional, no la representación de la realidad. Es decir, en la realidad, entendida como un relato, la búsqueda de la objetividad no solamente parece inútil, sino que es del todo incorrecta.
Esto es, la narrativa vírica, es una historia valiosa y a la vez selectiva (o bien valiosa porque es selectiva), llena de presencias y ausencias, escrita a modo, en donde, tal como lo señala Derrida, lo que llamamos realidad es acaso una selección que deja fuera ciertos aspectos y elementos, su forma es discursiva y no sólo produce presencia de lo que incluye sino ausencias de lo que se excluye: huellas, suplementos, diseminaciones. Pistas todas ellas valiosas que podrían hacernos entender mejor lo que está sucediendo.
No obstante, en torno a la pandemia hay consensos, imágenes socialmente compartidas, visiones sembradas por los medios de comunicación, posturas políticas, mitos, rituales, miradas desde lo religioso. Cada quien su relato y cada quien su pandemia. Por ejemplo, desde el ámbito de la psiquiatría, Ramón Área señala que la epidemia es una crisis y el protorrelato inicial incorpora el sufrimiento y el dilema como primeros elementos de lo psicológico. El padecer y el hacer son elementos que ponen ya en juego la subjetividad y el relato.
No obstante, el valor del relato está intacto, ya que, siguiendo a Derrida, la palabra es una expresión instrumental de la comunicación, una extensión que memoriza la palabra. La palabra en tal sentido encarna realidades a partir de estos bagajes que quedan descubiertos a partir del lenguaje y el lenguaje, según Martin Heidegger es la casa de la verdad del ser. De ahí el valor de la deconstrucción ya que ahí las distintas significaciones de un texto pueden ser descubiertas descomponiendo la estructura del lenguaje y el contexto dentro del cual está redactado.
El relato, continúa Área, nos sitúa delante de la historicidad (el antes, el después, el presente) ante la necesidad de engarzar los hechos, de entender lo que está sucediendo, de intentar conocer qué nos depara la actual situación o cómo saldremos de ella.
Así, los verdaderos relatos sobre lo que está sucediendo están por escribirse. Periodistas, literatos, antropólogos e investigadores sociales entonces, tendrían que significarse como seres sensibles capaces de escuchar, entender y explicar. La paradoja entonces es que lo que sabemos sobre la pandemia es aún muy poco y es grande la tentación de acercarnos a este fenómeno a partir de los datos meramente cuantitativos o del relato-melodrama, ese que genera rating y se puede insertar en el mercado de valores de la información. Pero, qué pasa con las otras historias, las del México real, las de los desposeídos, siempre desplazados del relato oficial. Tales historias, están por develarse aún.
José Luis Flores publica todos los martes en este medio.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, Maestro en Comunicación por la Universidad Iberoamericana y Doctorante en Investigación de la Comunicación por la Universidad Anáhuac México. Académico en la Facultad de Comunicación en la Universidad Anáhuac México.
Comentarios