Somos un centro de investigación y análisis de comunicación para la reflexión, discusión y generación de propuestas para el bienestar mediante la creación de conocimiento práctico que abone al diseño de mejores políticas públicas.
Por: José Luis Flores Torres
Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), una persona con discapacidad es aquella que tiene alguna limitación física o mental para realizar actividades en su casa, en la escuela o trabajo, como caminar, vestirse, bañarse, leer, escribir, escuchar, etcétera. De hecho, para ser puntuales, en realidad debería hablarse no de discapacidad, sino de discapacidades ya que estas pueden ser motrices, auditivas, visuales, intelectuales y viscerales (es decir aquellas que se refieren a las personas que tienen alguna deficiencia de la función de un órgano interno).
En México, de acuerdo al propio INEGI para el año 2018, existían casi 600 mil personas entre los 5 y los 17 años con algún tipo de discapacidad. Tal cifra, desde luego, no es poca cosa, si consideramos que cada uno de ellos representa un ser humano al que hay que brindar algún tipo de atención de tipo familiar, médica, escolar, legal e incluso laboral.
Y es que sufrir algún tipo o grado de discapacidad se ve traducido de manera concreta en lidiar en la vida cotidiana con diversos tipos de limitaciones al intentar la integración a un mundo que está diseñado para personas que no sufren discapacidad. Ante esto datos de la Encuesta sobre Discriminación en la Ciudad de México 2017, señalan que, en la capital del país, 8 de cada 10 personas discapacitadas tienen la percepción de ser discriminadas, siendo las principales formas de discriminación la burla, la falta de oportunidades, el irrespeto en los lugares para estacionamiento y la agresión (física o verbal) directa.
Tal situación, representa un claro síntoma de que, en México, la discapacidad casi siempre va acompañada de algún nivel (de los más sutiles a los más directos) de discriminación, esto a pesar de que se han generado esfuerzos gubernamentales para erradicarla o controlarla, tales como la Ley General para la Inclusión de Personas con Discapacidad, la Ley de Asistencia Social y la Ley Federal para prevenir la Discriminación. Tales ordenanzas, provienen desde luego de esfuerzos encomiables y legítimos, pero que en el mundo real parecen chocar con un entorno socio cultural que parece poco receptivo y solidario con la situación de estos grupos.
A partir de todo esto podemos tener claro que, en términos generales, en México hay una percepción social negativa de la discapacidad propiciada, entre otras cosas, por la existencia de múltiples barreras culturales y de comunicación que obstaculizan el entendimiento entre los que poseen una discapacidad y quienes no la tienen.
Si analizamos tales barreras desde la perspectiva de los investigadores de la Escuela de Palo Alto, California, los problemas de comunicación entre personas se debe principalmente a que no tenemos el mismo punto de vista que nuestros interlocutores. En tal contexto uno de los conflictos al que comúnmente se enfrentan los discapacitados es justamente, a este demérito en su rol como interlocutores en un entorno, en donde no ser discapacitado se convierte en factor de poder que hace generar la impresión de que aquellos que lo son, tienen mermada su legitimidad como interlocutores.
El proceso de comunicación, involucra de hecho una serie de actos complejos en donde se establecen roles, formas de poder, acciones, relaciones simétricas, asimétricas y/o complementarias que son captadas de manera multisensorial por los participantes del proceso. Construir la comunicación entonces significaría también la constitución de esfuerzos de multi y transculturalidad en donde las interacciones estarían generándose desde (y a pesar de) situaciones culturales diversas. Es decir, intentar la comunicación efectiva, implicaría dejar de buscar la inclusión de las personas discapacitadas, pretendiendo minimizar o incluso invisibilizar su condición, sino buscando generar en los participantes, el diálogo y la interacción, a partir de esfuerzos genuinos por reconocerse mutuamente a partir de la empatía y dejar abierta la posibilidad para la búsqueda de las afinidades y capacidades más que de las diferencias e incluso las discapacidades.
Intentar la integración social de los discapacitados, entonces tendría que partir de buscar la comunicación efectiva, dialogante y constructiva en donde ambas partes interactúen, dialoguen y desde luego se aprenda (y se aprehenda) del otro. La construcción de una cultura de la discapacidad habría de consistir entonces en sensibilizar y concientizar a la población sobre las problemáticas que enfrentan las personas con discapacidad, promoviendo sus derechos y obligaciones a través de acciones concretas dirigidas hacia la construcción de un México que dé cabida a lo diverso, pero a partir de la inclusión y del legítimo derecho a la búsqueda de la felicidad.
José Luis Flores publica todos los martes en este medio.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, Maestro en Comunicación por la Universidad Iberoamericana y Doctorante en Investigación de la Comunicación por la Universidad Anáhuac México. Académico en la Facultad de Comunicación en la Universidad Anáhuac México.
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