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La palabra es fuerza. La palabra, cuando no es mentira,
lleva la fuerza de la verdad.
Óscar Romero, profeta y mártir
Por Eduardo Carrasco
En el contexto de la guerra fría entre los Estados Unidos (EEUU) y la extinta Unión de Repúblicas Soberanas Soviéticas (URSS), Latinoamérica y especialmente Sudamérica se vieron inmersas en el conflicto como área de interés geopolítico, lo que derivó en el tristemente célebre Plan Cóndor que incluía, entre otros aspectos, la capacitación en materia militar y de inteligencia, provistos por los EEUU.
El período comprendió desde el final de la década de los sesenta y se prolongó hasta entrados los noventas, acaso tenga un nuevo rostro en la competencia por la vacuna anti Covid y los recientes enfrentamientos entre Joe Biden y Vladmir Putin.
A finales de los setenta, un hombre formado en el ala conservadora de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que en ese camino accedió al sacerdocio a los 25 años de edad y que pasara por una estancia en Roma durante los amagos que derivaron en la segunda guerra mundial, quien además tenía amistad con la oligarquía de su país, fue nombrado Arzobispo de El Salvador, quizá porque garantizaba los intereses del status quo.
Oscar Arnulfo Romero, nacido el 15 de agosto de 1917, asumió el pastoreo del país centroamericano a los sesenta años de edad, cuando los escuadrones de la muerte, formados en la inteligencia y contrainsurgencia asolaban al pueblo de El Salvador.
Habiendo asumido como Arzobispo a finales de febrero de 1977, a mediados de marzo del mismo año, Romero enfrentó el asesinato de Rutilio Grande, un sacerdote que fue abatido junto con campesinos; empezaba su labor tomando expresa distancia del gobierno, en tanto no se esclareciera el hecho y se impartiera justicia.
El pastor asumió el encargo muy cerca de su rebaño, y su trayectoria como columnista de prensa fue virando hacia una mayor identificación con la causa de la justicia, a favor de las víctimas del sistema y de la violencia.
Acaso por ser hijo de un telegrafista y de una colaboradora del servicio postal de su pueblo natal, Romero tuvo olfato de comunicólogo, lo que se intuye en el acierto de grabar y transmitir por la radio el audio de prácticamente la totalidad de sus reflexiones dominicales, en las que se identifica una estructura de tres partes: reflexión bíblica, contexto desde su actividad pastoral e introducción al momento comunión; aunado a su columna periodística, también grababa en podcast de audio su diario, vale mencionar que tanto sus homilías como su diario pueden ser consultados gratuitamente on line.
El mensaje de Romero llegaba a todo su país y mucho más allá de sus fronteras, acaso podríamos llamarlo un auténtico influencer, lo que le mereció que a finales de 1979 el parlamento británico lo propusiera para recibir el premio nobel de la paz; sin embargo ese año recayó en Teresa de Calcuta.
La Acción Ecuménica de Suecia le confirió el premio de la paz, que le fue entregado en su catedral 15 días antes de su asesinato, y en el último audio de su diario, también mencionaba las relaciones ecuménicas que mantenía en El Salvador.
El 23 de marzo de 1980, un día antes de su martirio, durante la eucaristía dominical pronunció lo que se conoce como el sermón de fuego, donde exhortaba a la milicia a seguir la ley de Dios por encima de las instrucciones superiores: No matarás.
Romero fue asesinado al terminar su sermón el 24 de marzo de 1980 y fue reconocido como santo súbito por la Iglesia Luterana, la Comunión Anglicana y sobre todo por el pueblo salvadoreño y latinoamericano; el proceso canónico de la Iglesia Romana lo reconoció como santo el 19 de mayo de 2018, gracias a Francisco de Roma.
San Romero de nuestra América señaló en su homilía del 27 de noviembre de 1977, que “un Evangelio que no tiene en cuenta los derechos humanos de las personas, un cristianismo que no construye la historia de la tierra, no es la auténtica doctrina de Cristo”; acaso por eso en el Comité Monseñor Romero velan por evitar que Romero termine en ser un santo de estampita, o peor aún, un santo de alcancía.
Eduardo Carrasco Gómez publica todos los jueves en este medio.
Eduardo A. Carrasco Gómez, teólogo y comunicólogo, profesor invitado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
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