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Foto del escritorJosé Luis Flores Torres

INTERNET Y LA BÚSQUEDA DE ESPACIOS PARA EL YO

El espacio y la virtualidad, territorio que se asume frío, distante, pero que en realidad es escenario de micro y macro conflictos. Entorno en el que coinciden deseos, posibilidades e imaginarios en donde cada quien vive sus aspiraciones desde la soledad que se asume acompañada por quienes, pensamos, están del otro lado de la pantalla. Es el espacio de Internet, simbólica plaza pública en donde el yo, forzosamente coincide con los otros.


Nuevas posibilidades tecnológicas que se transforman en ataduras en las que el ser de la postmodernidad queda atrapado porque tal parece que necesita ser gobernado hasta en sus actos más cotidianos. Dulce sujeción que nos sumerge en un mar de información que queda convertida en un puñado de datos que guían y distraen al mismo tiempo. Ciberespacio poblado de individuos que maquilan juntos una nube de conocimiento que están al alcance de casi todos. Contenido que entretiene y banaliza la realidad.


Y es que al parecer hoy la red se ha convertido en una especie de “nuevo gurú” para muchas personas, una especie de oráculo del nuevo milenio que es consultado por la gente a la menor provocación. Es Siri o Alexa, que nos despierta por las mañanas y nos guía en nuestros recorridos al trabajo, asistente virtual, confidente de nuestros más íntimos secretos.

Plataforma que también es escaparate en donde se perfila la persona. Pero ese “yo” que analiza Emmanuel Lévinas “que es la identificación por excelencia del fenómeno mismo de la identidad” (2001, p. 47), deviene en imagen virtual del ser que se visibiliza en exceso, pero no termina de mostrarse bien.


Es un “yo” borroso, anónimo que muchas veces enseña no lo que es, sino lo que aspira ser. Personalidad que se muestra al “otro” (a los otros) también reducido (s) porque la identidad del “otro” es casi idéntica a la del “yo”. La red entonces es espacio virtual de una otredad disminuida, que deviene en un juego perverso en donde se mira al otro, pero no termina de entenderse.


De acuerdo con Lévinas “la tiranía sólo puede ejercerse a través del borramiento del otro” (2001, p. 30), pero a diferencia de las tiranías fascistas del siglo XX que reducían al hombre anulando su rostro, sin rasgos de individualidad, hoy el “yo” en las redes sociodigitales queda borrado al perderse en ese océano electrónico de individualidades con semblantes casi idénticos.


Lo anterior no es poca cosa ya que desde la perspectiva de Lévinas (2001, p. 37) “el sentido de ética es heteronomía (y) tiene lugar a partir del rostro del otro que me interpela”. Esto conduce a un sentido de la ética que mira y escucha al otro y lo asume como su responsabilidad. Es heterotomía que pasa del miedo por el otro, a una perspectiva que coloca al extranjero como diferente y por lo mismo valioso.


Un extraño, como agrega Jaques Derrida (2008, p. 27) “que no sea simplemente el otro absoluto, el bárbaro, el salvaje absolutamente excluido y heterogéneo”. El “otro” deviene así en ser que es capaz de interpelar al “yo” y que también lo mira al rostro. Es el extranjero como un texto dispuesto a ser interpretado.


Entonces, al parecer la mirada del otro en la red, la mayoría de las veces carece de la calidez que posee en el mundo offline. Es una mirada extraña de percibir porque se deja envolver en un juego de roles y de estereotipos, por llamarlos de algún modo, que muchas veces se aleja de la vida real de los cibernautas.


En tal contexto, agrega Derrida que (2008, p. 61) “gracias al teléfono, al fax, al e- mail y a Internet, esta sociedad privada tiende a extender sus antenas más allá del territorio Estado-Nación a la velocidad de la luz”. Internet, entonces, se convierte en territorio, que cuestiona el concepto de Estado-nación que durante siglos se encargó de proveer referentes culturales sólidos, símbolos identificables, fronteras perfectamente trazadas y una serie de prácticas simbólicas capaces de forjar en torno a la nación un sentido de identidad compartido.


Así, a pesar de que los espacios digitales parecen el reino de lo empírico, se hace necesaria una ética, con propósitos trascendentes, que no esté tan sólo centrada en intereses y propósitos momentáneos y/o personales (como obtener dinero, engañar a la gente, ser popular, etc.). Es decir una ética que parta de propósitos que puedan ser entendidos como buenos (o razonables) en cualquier contexto. Prácticas centradas en el bienestar, y en la idea del bien actuar en relación al “yo” y al colectivo.


REFERENCIAS

Derrida, Jaques & Dufourmantelle, Anne. 2008. La Hospitalidad. Buenos Aires. Ediciones de la Flor.

Lévinas, Emmanuel. 2001. La Huella del otro. México. Ed. Taurus.

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