El paradigma mundial, tal y como lo conocemos hoy en día, con un sistema eficiente de difusión de información, medios de comunicación masiva y sistemas digitales, se empezó a perfilar desde finales del siglo XVIII y principios del XIX a consecuencia de la revolución industrial y el desarrollo de tecnologías que dieron paso a sistemas de telecomunicación (como el correo, el telégrafo y el teléfono) y medios de comunicación masiva (como el cine, la radio y la televisión).
Es decir, hay toda una historia relacionada al surgimiento de la tecnología de comunicación, sus repercusiones y la manera en la que fueron convirtiéndose en necesidad, herramienta y desde luego un exitoso modelo de negocios. No obstante, cabe agregar a todo esto, que al mismo tiempo, surgió una ideología relacionada a estas tecnologías. Es decir, las personas, a través del tiempo empezaron a trazarse la idea de que entrar en contacto con la tecnología de comunicación, no era cualquier cosa.
Así, en torno a Internet, se fue generando una, por así decirlo, ideología, que en realidad fue una mitificación, que es descrita por Manuel Castells (2002) como la combinación de cuatro culturas que se apoyan mutuamente: la cultura universitaria de investigación, la cultura hacker de la pasión de crear, la cultura contracultural de inventar nuevas formas sociales y la cultura empresarial de hacer dinero a través de la innovación. Y todas ellas, con un común denominador: la cultura de la libertad. Internet es y debe ser una tecnología abierta a todos, controlada por todos, no apropiada privadamente aunque se puedan apropiar algunos usos específicos y no controlada por los gobiernos.
Así, Castells en esta frase resume el espíritu bajo el cual se percibía a Internet, ligándolo a una cultura de participación, libertad, independencia, creatividad y espíritu democrático. Hoy en día, más de uno sigue pensando a Internet en estos términos, viendo en ésta, una “nueva” tecnología, con referentes propios, que lo apartan de los parámetros en los que actúan los llamados medios tradicionales.
No obstante, para ser realistas, Internet, en muchos sentidos, ha pasado de significar una contracultura hecha por todos y para todos, a convertirse en un modelo de negocios, que ha estandarizado en muchos sentidos sus contenidos poniéndolos al servicio de las leyes de la oferta y la demanda. Es lo que algunos teóricos empiezan a llamar el hipercapitalismo digital o la psicopatología del hipercapitalismo que Evgeny Morozov (2015) define como una explotación de las más queridas e íntimas relaciones. Tu amistad con otras personas para beneficio de una gigantesca compañía norteamericana.
Esto es, al parecer nos hallamos en el interregno conceptual respecto a la manera en la que concebimos la cultura digital, de la cual, podemos al mismo tiempo concebir como Howard Reingold (2004), capaz de generar multitudes inteligentes (capaces de interactuar y organizarse, aunque no se conozcan), pero al mismo tiempo prevenir que la cultura de la cooperación en Internet es una palabra bonita, y en sus mejores manifestaciones es el origen de las mejores obras de las civilizaciones humanas, pero también puede resultar desagradable si quienes cooperan persiguen fines inmundos.
Es decir, tal parece que es momento de poner a la cultura digital en su justa dimensión y empezar a cuestionar la “ideología” de internet para empezar a concebirla como lo establece César Rendueles como un ciberutopismo convertido ya en un ciberfetichismo, esto es, en toda una edulcorada ideología a partir de pensar Internet como red para la libertad.
Poner en su justa dimensión lo que significa Internet, no implica demeritar los evidentes méritos que posee tal tecnología. Se trata en el mejor de los casos de ser realistas para así poder utilizar mejor sus ventajas. Así, debemos tener claro que las redes sociodigitales no son el espacio de la libertad plena e irrestricta, son un modelo de negocios lucrativo.
También se debe ser consciente que muchas comunidades virtuales, no llegan a consolidarse como tal y se convierten en el mejor de los casos en grupos de interés, más o menos participativos y que muchas veces los espacios digitales son utilizados por gobiernos y empresas para conocer todo de nosotros, y, aun más, lucrar con nuestros datos. Internet censura, comercializa cada clic de la gente que transita por sus redes, estandariza contenidos y, ha terminado por convertirse en un sistema (que informa, más que comunica) que se diferencía en poco de los llamados medios tradicionales.
Ser consciente de todo esto, implica desideologizar la red y esto implica también un proceso de desmitificación que resulta necesario, a los creadores y consumidores de contenidos, para hacer mejor uso de los espacios digitales.
No obstante, desideologizar Internet, implica también ser consciente que, como ningún otro medio de comunicación, los entornos digitales brindan espacios para poder generar contenidos distintos, fuera del entorno estandarizado que puede monetizar. Es decir, aún con todo, es posible intentar otras formas de interacción, nuevas maneras de contar historias y salirse del esquema de contenidos regidos por la ley de la oferta y la demanda. Lo importante en todo caso, estaría en no solo poner en el centro de tales contenidos la búsqueda de la popularidad inmediata y/o la monetización.
Es evidente, que al margen de las narrativas estandarizadas que pululan en Internet, hay otros contenidos y otros usos que se le pueden dar al espacio digital como las redes sociales de participación ciudadana durante la pandemia, las comunidades virtuales integradas por grupos de migrantes, el uso de plataformas digitales para uso educativo, etc. En tales espacios, la norma es generar vínculos significativos, construir redes de contactos, la construcción de capital social y la búsqueda de la participación constructiva.
Crear contenidos y/o consumirlos en el entorno digital, implica entonces hacerlo desde la desmitificación, asumiendo responsabilidades, que vayan más allá de las señaladas por la referida ideología. Monetizar y ser popular de la noche a la mañana tiene sus costos, así como ser heredero de un misterioso rey africano, o ser contactado para el trabajo de nuestros sueños en donde no hay esfuerzo y sí una gran paga. Todo esto, en fin, es parte del precio que hay que pagar para poder contar con esta tecnología llamada Internet.
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REFERENCIAS
Arguelles, José Luis. (2013). La Ideología de Internet. 24/05/21, de Revista La Nueva España Sitio web: https://www.lne.es/cultura/2013/10/07/ideologia-internet-20554599.html
Castells, M. (2002). La dimensión cultural de Internet. UOC papers. Disponible en: http://www.uoc.edu/culturaxxi/esp/articles/castells0502/castells0502.html
Elola Joseba. (2015). Evgeny Morozov: “Los datos son una de las más preciadas mercancías”. 24/05/2021, de El País on line Sitio web: https://elpais.com/elpais/2015/12/17/eps/1450358550_362012.html
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