Somos un centro de investigación y análisis de comunicación para la reflexión, discusión y generación de propuestas para el bienestar mediante la creación de conocimiento práctico que abone al diseño de mejores políticas públicas.
José Luis Flores Torres
La relación entre comunicación y ética, dista mucho de ser un asunto novedoso. Ya en la Atenas clásica Sócrates, en su diálogo sobre el lenguaje con Crátilo y Hermógenes, señalaba la controversia referida a la conexión entre los objetos, las palabras que las denominan y los significados que evocan. Al respecto, el debate transitaba de la creencia de que en el lenguaje existe una conexión natural entre la palabra y la cosa nombrada y, por otro lado, la postura que enfatizaba, los usos y costumbres como el factor detonante que permitía el establecimiento de la vinculación significante entre el objeto y la palabra.
No obstante, en realidad el dilema mediado por Sócrates, se refiere a que el sentido que cobran las palabras en realidad es el telón de fondo de otros conflictos que se develan de manera implícita, como el papel del lenguaje y su capacidad para poder contener al mismo tiempo el conocimiento y el engaño. Así el diálogo entre Sócrates, Crátilo y Hermógenes se constituye como una reflexión fundacional acerca de la doble cara del lenguaje: como instrumento que sirve a la construcción de la verdad o como simple herramienta para el engaño y la manipulación.
Veinticinco siglos después esta dialéctica se encuentra más vigente que nunca ante la emergencia de una cultura digital que germina en México, marginando a casi una tercera parte de su población. Así, hoy en día, Internet puede significar al mismo tiempo, como en Jean Baudrillard, escenario en éxtasis de la cultura del simulacro y el engaño o bien como el motor de una revolución tecnológica centrada en torno a las tecnologías de la información, como lo señala Manuel Castells.
Es, al parecer, la versión contemporánea del debate entre los apocalípticos que miran con desconfianza el contenido de lo que se publica en la red (el cual califican como simple, irreflexivo y vulgar) y los integrados que no dudan en subrayar que en esencia la cultura digital emanada de la evolución de la segunda generación de Internet, empezó a percibir los entornos virtuales como un escenario propicio para la creación colaborativa de contenidos en donde el poder del lenguaje se empezaba a descentralizar para dar paso a un modelo de Internet en donde el proceso de comunicación es más libre y participativo.
Tal parece que estamos situados en un contexto en donde la sociedad red es una realidad que involucra aun a quienes se encuentran marginados del acceso a la red. Pero por el otro lado aún existen numerosas lagunas legales referidas a los contenidos y usos de estas tecnologías y urge la constitución de una ciudadanía digital que no solamente sea reflexiva sobre los usos de Internet, sino que pueda considerar las redes sociodigitales como una plataforma de información, creación de contenidos e incluso difusión de ayuda y conocimiento capaz de generar interacciones valiosas que transiten de lo parasitario a lo realmente comunitario y deliberativo.
Dicho de otra manera, la sociedad del conocimiento a la que se aspira a llegar a través de Internet debe tener como herramientas principales un lenguaje que ayude a construir (o a reconstruir) el tejido social y una ética que medie la relación entre la ciudadanía y las nuevas tecnologías. De tal forma, la sociedad red en la que nos hallamos situados debe constituirse al mismo tiempo como una colectividad dialógica, en donde la intersubjetividad sirva para la construcción de consensos que generen un entorno propicio en donde se puedan alcanzar tanto objetivos individuales como colectivos que tengan un impacto positivo en la vida de los usuarios.
Es un hecho que, en esencia, el fenómeno de Internet es aún tan reciente que una gran cantidad de usuarios de la red creen firmemente en el mito de que la web constituye un escenario en donde tiene cabida un discurso en donde se puede decir y mostrar todo o casi todo. De igual manera, para los analistas resulta erróneo el acercamiento a la cultura digital, partiendo de parámetros teóricos y conceptuales que, en su momento sirvieron para entender lo que sucedía en torno a los medios masivos de comunicación tradicionales.
Así, al parecer esta falta de formalidad para comprender plenamente la cultura digital devela, entre otras cosas, la ausencia de códigos éticos formales (e informales) en su utilización, lo cual demerita no solo la imagen y capacidades de las propias redes sociodigitales, sino que en algunos sentidos entorpece el que los usuarios de Internet puedan emprender formas de interacción en red, constructivas y que puedan servir para solucionar los problemas concretos de los usuarios.
Si bien es cierto que las plataformas digitales, en muchos sentidos se convierten en herramientas útiles para quienes las conforman, al parecer el engaño, la vulgaridad, la generación y difusión de noticias falsas y las referencias extremistas hacia asuntos políticos suelen ser peligros latentes que difícilmente pueden erradicarse, sobre todo si no existen reglas claras que medien la participación en red y permitan que esta se convierta en un verdadero modelo de comunicación en comunidad.
El maestro José Luis Flores publica todos los martes en este medio.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, Maestro en Comunicación por la Universidad Iberoamericana y Doctorante en Investigación de la Comunicación por la Universidad Anáhuac México. Académico en la Facultad de Comunicación en la Universidad Anáhuac México.
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