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Por. JOSÉ LUIS FLORES TORRES
El ser humano, desde épocas muy primitivas, se dio cuenta tanto de lo fundamental que resultaba ser gregario como de la importancia del trabajo en equipo para obtener logros que aseguraran la supervivencia del grupo generando formas de comunicación cada vez más complejas. Federico Engels en su análisis sobre el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, señala que primero el trabajo, y luego la palabra articulada, fueron los dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro humano.
Hoy en el contexto de una sociedad ampliamente conectada por las tecnologías digitales y en medio de una pandemia que ha dejado millares de muertos y desempleados en el mundo, el ser humano se ve obligado a vivir una curiosa forma de distanciamiento social que a la vez que lo obliga al encierro para tener la menor cantidad de contactos humanos posibles y así evitar el contagio, aparece mediada, por un incremento considerable de fenómenos como el llamado home office, la educación a distancia, el desmedido consumo de información y el incremento en el uso de las redes sociales.
No obstante, en realidad tales manifestaciones no son nada nuevas, puesto que el paradigma social emanado de la revolución industrial ya empezaba a dejar paso desde finales del siglo XX a un nuevo tipo de estructura social, llamada por Manuel Castells, sociedad red, caracterizada por una conectividad constituida alrededor de las tecnologías de la información basadas en la microelectrónica.
Así que en realidad al momento en que se hizo necesario el aislamiento social un porcentaje reducido de empresas ya había empezado a experimentar tímidamente con la implementación del trabajo en casa y la educación a distancia no terminaba de madurar como una opción significativa para llevar las TIC´s al ámbito académico. Y el colectivo, tal como venían anticipando autores como Bauman y Byung-Chul Han se encontraba atravesando por un profundo cambio civilizatorio en el que parecía prevalecer lo individual por sobre lo grupal, lo líquido por sobre lo duradero y lo entretenido por lo profundo y estético.
Todo esto, para pensadores como Slavoj Žižek, es suficiente para declarar liquidado un sistema capitalista, para el cual el efecto devastador de la pandemia significó un golpe al estilo Kill Bill, ante el cual ya tendríamos que estar repensando nuevas formas de comunismo para evitar el descenso de la barbarie global.
Esta visión por demás optimista que proclama la muerte del capitalismo desnudado en sus debilidades por las contundentes repercusiones de la pandemia parece contradecir lo que ya había señalado Deleuze quien al describir la lógica del sistema explica que el capitalismo, en su proceso de producción, produce una formidable carga esquizofrénica sobre la que hace caer todo el peso de su represión, pero que no cesa de reproducirse como límite del proceso.
Es decir, la dicotomía represión y deseo, nos permite distinguir un sistema perverso que se reproduce a sí mismo, incluso a partir de sus debilidades. Capitalismo feroz, pero eficiente que genera al mismo tiempo formas de explotación y válvulas de escape en un entorno en el que las empresas se han visto obligadas a recurrir a rutinas de trabajo en casa como una tablita de salvación ante la debacle económica que significa cerrar fábricas y negocios.
Por su parte las redes sociales, estarían sirviéndose de ese sentido gregario del ser humano, para proponer nuevas formas de interacción social en línea que, muchas veces en realidad, como lo señala Byung-Chul Han, se transforman en nuevas formas de explotación, sutiles, gozosas e imperceptibles.
Y es que para muchos vivir el aislamiento social, en la era de las pantallas equivale a vivir largas jornadas de trabajo en red, que no dejan ocasión para el ensimismamiento que requiere la reflexión personal. Es un modelo de aislamiento que está llevando el estrés de los haceres laborales y/o escolares al hogar. Es la lucha por la eficiencia y el rendimiento que le suman miedos y tensiones a la tragedia generada por el infame virus.
Tal parece entonces que en la lógica de la sociedad red el encierro no significa necesariamente aislamiento, ni estar conectados implica estar juntos, ni tampoco tener acceso a una gran cantidad de información significa estar informados ya que la infodemia, proclamada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como el mal social generado por la sobreinformación de manera tajante impide a la ciudadanía encontrar referentes fidedignos cuando los necesita.
El escenario entonces es una forma de aislamiento social conectado, pero que de antemano parece contradecir el espíritu gregario del ser humano ya que le suma cansancio y tensiones al encierro y en donde, como siempre sucede, los desplazados en la realidad offline, lo son también de la dinámica de la sociedad red.
José Luis Flores publica todos los martes en este medio.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, Maestro en Comunicación por la Universidad Iberoamericana y Doctorante en Investigación de la Comunicación por la Universidad Anáhuac México. Académico en la Facultad de Comunicación en la Universidad Anáhuac México.
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