Somos un centro de investigación y análisis de comunicación para la reflexión, discusión y generación de propuestas para el bienestar mediante la creación de conocimiento práctico que abone al diseño de mejores políticas públicas.
Por José Luis Flores Torres
La pandemia provocada por la propagación del virus que causa la COVID 19, ha significado retos globales a diversos niveles. Uno de ellos, lo significa el poder brindar educación a niños y jóvenes, sin contacto físico, presencial: educación a distancia que de entrada develó conflictos serios como la brecha digital, que margina a un número importante de educandos que han tenido que recurrir a otros medios, como la televisión, para completar el proceso de enseñanza aprendizaje.
Visto desde la perspectiva de la comunicación, el reto de la educación a distancia, implica el poder desarrollar las capacidades para establecer la comunicación humana (tan importante como los contenidos mismos que se imparten) entre alumnos y maestros y entre los propios alumnos. El dilema de manera concreta entonces radica en la posibilidad de establecer la comunicación humana, en el entorno de la comunicación digital, teniendo como intermediaria la no pocas veces intermitente señal proporcionada por plataformas digitales usadas para tal propósito.
Desde la perspectiva psicológica, la experiencia comunicativa es tan importante para el ser humano, que enfatiza su papel como base de la interacción social, antes que cualquier cosa. Pensar en comunicación, no solamente significa referirse a los medios masivos. Tales tecnologías, en realidad, no son más que artilugios contemporáneos que han tenido la función de potenciar, la capacidad humana de crear y difundir mensajes.
Desde la perspectiva pedagógica se suele exigir a los profesores el desarrollo de estrategias a diversos niveles, como la mejora de habilidades y competencias, el aprender a aprender, la educación continua, etc. Para el cumplimiento de tales propósitos, se volvió necesario el dominio de diversas habilidades de comunicación como parte fundamental del proceso. En el contexto prepandemia, se entendía que el tipo de comunicación a que se hacía referencia era precisamente al desarrollo de habilidades de comunicación humana, aderezada con capacitación en el manejo de tecnologías de información y comunicación, como complemento pedagógico para utilizarse dentro del salón de clases.
La comunicación, entendida desde la perspectiva humana, es un asunto de contactos, presenciales la mayoría de las veces, en donde situarnos frente al otro, nos hace activar una serie de controles sobre las palabras que fluyen. Cualquier parpadeo, movimiento de ceja o labios, entre los interlocutores, se suele interpretar (o malinterpretar) como respuestas de nuestro interlocutor y puede, en determinados momentos, afectar el desarrollo de la conversación.
Tal fenómeno fue perfectamente interpretado por Paul Watzlawick, psicoterapeuta austriaco, que formó parte del Mental Research Institute, situado en Palo Alto California, quien entendía a la comunicación como un conjunto de elementos en interacción, en donde toda modificación de uno de ellos afecta las relaciones entre los otros elementos.
Tal perspectiva, suma al enfoque psicológico de la comunicación, una perspectiva sistémica del mismo, cuyo funcionamiento, de acuerdo a Marta Rizo, se sustenta a partir de la existencia de dos elementos: por un lado, la energía que lo mueve, los intercambios, las fuerzas, los móviles, las tensiones que le permiten existir como tal; y por el otro, la circulación de informaciones y significaciones, misma que permite el desarrollo, la regulación y el equilibrio del sistema.
Tener el control de tales elementos en el aula digital, se vuelve un asunto en extremo complejo cuando ruidos de diversa índole (auditivos, visuales, técnicos, semánticos y sobre todo de efectividad) complejizan la interacción comunicativa y además resultan difíciles de controlar a distancia.
A todo esto, habría que entender el proceso de comunicación no solo como un acto natural, es decir la comunicación habrá de ser viable siempre y cuando existan las condiciones para generar una situación de relación. Tales condiciones tienen que ser construidas entre los posibles interlocutores, pero se entorpece cuando alguno de ellos decide no ser partícipe pleno de tal situación. Tomar una clase a distancia con la cámara apagada, implica una toma de decisión (que afecta a la totalidad del sistema).
Permanecer en una clase con la cámara apagada, significa estar, pero sin estar, ocupar un espacio sustituido por un avatar o la simple pantalla en negros. Espectador voyerista o imagen reflejo que en el salón de clase se traduce de igual manera en el estar-sin estar, avatar viviente que no aparta la vista del smartphone.
Y el que expone; se expone: los profesores, en su versión de cabezas parlantes, cuyas reacciones gestuales y palabras se magnifican y quedan grabadas gracias (o debido a) la tecnología digital puesta al servicio de la educación. Magister que, en su afán de generar luces, queda expuesto (en sus incorrecciones políticas y/o conductuales), en big close up, en un entorno en donde como Watzlawick señala, todo comunica ya que todo comportamiento, de una persona tiene un valor de mensaje para los demás.
El arte de combinar sonidos y silencios en el tiempo caracteriza a la música, pero no menos a la educación, señala Zygmunt Bauman. Estar en una clase a través de zoom, no es equiparable al contenido de un video vlog, ni el profesor es un influencer; simpático, pero políticamente correcto; aunque a veces, parece que eso es lo que se espera.
La educación, es un asunto de paciencia, de reflexiones, palabras y silencios en el aula (real o virtual), que parecen inviables en un entorno de aceleración social, en donde hay la impresión de que todo sucede a mil por hora. Concepción del tiempo y del espacio, en el que las herramientas digitales, son multitasking que permiten a los alumnos compartir la clase, con literalmente cualquier tipo de contenido.
La educación a distancia debido a la Covid, parece poner en el centro del proceso, las formas, más que los contenidos. Y en medio, profesores y alumnos, en el mejor de los casos en la construcción de las condiciones para que la interacción sea viable. La comunicación entonces, que no solo es algo que se transmite, sino en donde se participa, habrá de ser el verdadero centro del proceso educativo, pero en su modalidad no lineal, sino circular (con formas de interacción ricas en retroalimentación) y acaso a partir del desarrollo de una comunicación (como lo señala el propio Watzlawick) orquestal, en donde cada uno de los instrumentos suenen afinados, listos para combinarse y en donde los silencios, sean tan importantes como los sonidos.
José Luis Flores publica todos los martes en este medio.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, Maestro en Comunicación por la Universidad Iberoamericana y Doctorante en Investigación de la Comunicación por la Universidad Anáhuac México. Académico en la Facultad de Comunicación en la Universidad Anáhuac México.
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