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DECOLONIZAR COLONIZANDO

“En el principio era la acción. La palabra la siguió, como su sombra fonética”, de acuerdo con Trotsky (1925, p. 79) somos naturalmente sujetos creadores de cosas a las que luego les fuimos poniendo el nombre que las identificaría hasta el fin de los tiempos, sin embargo, el lenguaje como acción también se va transformado, de tal modo que lo que era en un principio ya no lo es más o, peor, ahora significa todo lo contrario.


Decolonizar, por ejemplo, gramaticalmente es el antónimo de colonizar, es decir, soltar los grilletes que atan al colonizado a estructuras de colonizador como la organización social, política, económica y lingüística, pero, además, no basta con sólo decolonizar la acción, el principal reto es decolonizar la mente.


Sin embargo, he notado, con cierto temor, que decolonizar ha dejado de ser antónimo para convertirse en sinónimo, pues pretende la libertad con los mismos métodos violentos enseñador por el colonizador; la exclusión, la censura, la nulificación, la descalificación y hasta la violencia física y verbal, es el camino más transitado y que se disculpa a fuerza de la añoranza e idea de supremacía del pasado precolonial.


Pero la cosa no es cambiar la dirección de la bala, el reto es no jalar el gatillo. Decolonizar la mente para construir caminos diferentes. Hay que tener cuidado con las voces que nos piden dejar de escuchar a cierto grupo por considerarlo representativo de la ideología dominante y, en su lugar, priorizar a los que históricamente no han sido tomados en cuenta, pero ¡al contrario! no hay que dejar de escuchar, de escucharlo todo y a todos, porque decolonizar no significa excluir, sino construir nuevos modelos en el reconocimiento de uno en el otro y del otro en uno mismo.


Así como Marconi se equivocó cuando dijo que la transmisión a distancia de imágenes por ondas hertzianas anunciaba el fin rápido de la era militar, los decolonizadores quizá también se equivocan al asegurar que la exclusión de cualquier concepción eurocéntrica o imperialista del mundo hará resurgir la gloria de tiempos pasados, pero ¿por qué tendría que ser así?


Es verdad que la integración de los saberes de los grupos históricamente excluidos no sólo son útiles sino también fundamentales para transformar los conceptos con los que hoy entendemos el mundo, pero de ahí a asegurar que son el único camino para la construcción de un mejor lugar para vivir es una afirmación con la que también debemos ser críticos, pues cualquier actitud dogmática, imperialista o decolonizadora, no unifica, sino que agranda la polarización porque, siguiendo con Trotsky “podéis encontrar el espíritu científico más revolucionario, pero detrás de un tabique yace el espíritu más limitado de los filisteos” (1925, pan 86).


El camino de la paz no encuentra seguidores en un mundo que sigue pensando en la división, en un mundo en el que el rencor y el resentimiento se apoderan de la acción y la ensombrecen con la palabra.


Escuchar a unos para dejar de oír a otros también nos da una visión parcial de la realidad. A lo que debemos aspirar es a una comunicación donde lo importante no sea el emisor o el receptor, sino lo que ocurre en ese espacio de intercambio donde los mensajes dejan de tener autoría para convertirse en un bien común, en una oportunidad para la construcción de lo que es bueno, sin juicios ni prejuicios, sólo la experiencia directa de experimentar la dinámica del diálogo como una ola que nos lleva en un suave transitar entre las ideas.


Colón el Criminal, fue un hombre de su tiempo y de concepción del mundo, a nosotros nos corresponde ser dignos representantes del tiempo que soñamos con vivir, no es un hombre precolonial el que necesitamos, sino un hombre postcolonial capaz de perdón para que no sea el resentimiento de los siglos pasados lo que nos amargue el futuro que tendremos. Porque no es suficiente con cambiar la bala de dirección, el reto es no jalar del gatillo.

 
 
 

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