Somos un centro de investigación y análisis de comunicación para la reflexión, discusión y generación de propuestas para el bienestar mediante la creación de conocimiento práctico que abone al diseño de mejores políticas públicas.
José Luis Flores Torres
Solía existir hasta hace no mucho tiempo, señala de manera enfática Jean Baurdillar (2006, p.9), un mundo en donde había un sistema de objetos y signos cargados de sentido; en donde el sujeto convivía con el objeto como su espejo y en oposición. Hoy ni el cuerpo, ni el tiempo sirven ya como escena necesaria para la vida, ni hay rastro del espejo en donde solía proyectarse un mundo deseado. La privacidad de la vida se encuentra ahora rebasada y la trascendencia y profundidad conviven con la simulación y la obscenidad (fría, múltiple, hiperreal) del mundo de la comunicación delirante.
Es el nuevo entorno ecológico, en donde el ser humano presuntamente aparece absolutamente comunicado. Es tiempo de la postmodernidad, dirían algunos, que convierten la vida social y pública en un simulacro. La pantalla como espacio del mundo del engaño colectivo y del autoengaño personal, en donde la escena vívida y optimista que aparece en las redes sociales es a la vez sujeto y objeto, es decir, la imagen que aparece en pantalla ya está de antemano despojada de toda estructura simbólica. Facebook es todo: sujeto, objeto, signo y significado.
La red es entonces el espacio en donde el individuo transita como en la famosa historia del rey desnudo. Pero aquí nadie dice nada. Todo se muestra, pero no importa pues todo es simulacro, todo se ve, pero poco merece ser visto. No obstante Internet es un sistema que en definitiva revolucionó la manera de ver y de vivir el mundo y la forma en la que nos relacionamos con nosotros y con los otros (tanto en la vida cotidiana como en la novedosa realidad virtual del mundo digital).
Así lo que se proyecta en pantalla es, en la lógica de Bourdillard (2006, p.16), escenario de un nuevo espacio público: el teatro de lo social, el teatro de lo político que se reduce cada vez más a un gran cuerpo blando y a unas cabezas múltiples. Internet representaría entonces a la antigua plaza pública: el parque y el kiosco en donde las parejas se enamoraban, los señores tomaban café y hablaban de política y las damas acudían para ver y ser vistas. Territorio en donde el desempleado acudía a perder el tiempo, zona en donde el raterillo abusaba de quien pudiera.
Espacio del bien y del mal, la plaza pública está hoy sintetizada en una pantalla que deviene en una especie de escena por donde pasa lo mejor y lo peor del ser humano. Para ser justos, habría que señalar que antes de Internet, ya la televisión (y antes la radio) tenían la capacidad para difundir mensajes a gran escala en tiempo real y dirigida al público masivo.
El inicio de la guerra en el Golfo Pérsico y el atentado a las Torres Gemelas en la ciudad de Nueva York como tétricos espectáculos presenciados por la audiencia que desde la comodidad de su sillón miraba en éxtasis la estética de la destrucción. Amusing outselves to death (2006) habría adelantado desde mediados de la década de los ochenta Neil Postman.
En la estructura tradicional de medios el ciudadano común y corriente mantenía distancia frente al poderoso mensaje de la televisión como un pálido espectador de lo que pasaba frente a sus ojos. En cambio, ahora con Internet y el sistema de redes sociales cambiaron en gran medida las reglas del juego mediático. Es decir, ahora las redes sociales de Internet requieren la participación colectiva para su funcionamiento.
Se trata, por así decirlo, de un nuevo tipo de ciudadanía digital que no acaba de construirse y ya satura los espacios de la pantalla que deviene, como se explicaba antes, en espacio público. Pero, en este sentido, si el ciudadano en el mundo offline es aún un sujeto que en entornos autoritarios no acaba de madurar, referirnos a la ciudadanía digital parecería hoy en día un proyecto muy ambicioso.
En las redes abundan analfabetas funcionales, que leen, pero no todo lo comprenden, periodistas y aspirantes a literatos que escriben, pero no son conscientes de la trascendencia de sus palabras. La ciudadanía es una condición del individuo que requiere el interés y participación continua en los asuntos públicos. Lo hace portador de derechos, pero también le exige responsabilidades y sobre todo cuotas mínimas de conocimientos y responsabilidades sobre sus actos, sobre sí mismo y sobre los demás. Costo que en Internet ahora mismo pocos quieren asumir.
La ética en red es un pendiente que tiene aún múltiples aristas. Especial importancia merecería en este sentido la relación de niños, preadolescentes y adolescentes con las nuevas tecnologías debido a la importancia que parece tener estas plataformas en su vida.
La pornografía es un gran negocio y esto parece ser lo único que justifica el que esté al alcance de la mano de cualquier niño que tenga una Tablet. Nada detiene ese desfile de cuerpos que se muestran despojados de todo misterio. No obstante, nada ahí es cierto todo es pura simulación, pero hace falta criterio y edad para distinguirlo.
Esta es en suma la condición del ser humano en la postmodernidad en donde la comunicación y la información parecen situarse en el centro de todo lo que pasa. Pero este en realidad no es el verdadero problema. Lo verdaderamente conflictivo lo constituye el que se trata, como establece Baudillard (2006, p.18), de una comunicación en éxtasis que es a la vez obscena porque acaba con toda mirada, con toda imagen, con toda representación. Es la comunicación que por su cantidad y contenido seduce porque aquí no cuenta tanto el fondo, sino la emoción que genera. Y esta sensación es casi siempre placentera, fascinante y narcotizante.
REFERENCIAS
Baudrillard, Jean. (2006). El éxtasis de la comunicación. En Baudrillard, Jean. El otro por sí mismo. Editorial Anagrama.
Postman, Neil. (2006). Amusing Oourselves to Death: Public Discurse in the Age of Show Bussiness. Nueva York. Penguin Books.
Foto de Oladimeji Ajegbile en Pexels
El maestro José Luis Flores publica todos los martes en este medio.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, Maestro en Comunicación por la Universidad Iberoamericana y Doctorante en Investigación de la Comunicación por la Universidad Anáhuac México. Académico en la Facultad de Comunicación en la Universidad Anáhuac México.
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